A pesar de ser amante de tiempos pasados, hay algo de esta era que me arrebata aplausos y es la casi total abolición del machismo en el dignísimo ejercicio de las labores del hogar. “Tú aspiras y yo lavo nuestra ropa”, “Yo lavo los platos y tú botas la basura”, etc. En mi caso, suele oírse algo como: “Yo (Vero) limpio, o plancho, o arreglo…y tú (Javi) cocinas”.
Sí, mi suerte es completa; Javi adora cocinar y lo hace estupendamente. Colabora en todo, como pocos, pero en la cocina es excelente y además lo disfruta. Mi relación con esta área de la casa es aceptable, pero si tengo un chef a mi lado, lo tengo que dejar ser… ¿no creen? :)
Pizzas, risottos, bruschettas, cremas, sopas, arroces, pastas, y pare usted de contar. Yo sólo me asomo para ofrecer mi gentil ayuda, sin invadir mucho su espacio (punto importante) y pongo la mesa en su santo lugar. Se podría decir que en este hogar la buena comida es un factor y consecuencia de peso, y que el disfrute de la vida estaría incompleto sin ello.
El entusiasmo con el que mi esposo cocina me anima a realizar las demás labores, y es que me complace sentir que hacemos buen equipo. Porque de eso se trata. Al final, lo doméstico es también sagrado, aunque estos dos adjetivos se vean extraños uno junto a otro.
La rutina bien llevada de una casa es parte esencial de la vida juntos y de la vocación de acompañarnos en lo simple y en lo complejo. No sé, digo yo.
P.D. La imagen que acompaña este post la armó Javi con algunas foticos sueltas de sus comidas ♥
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