marzo 13, 2016

El ropero

Foto: Google Images

Tomé una diminuta y antigua llave, y al tocarla con mi mano sentí su rugosidad. Era mucho lo que ella podría mostrarme al abrir aquella puerta del… ropero. Un mueble hecho de madera de roble que ha añejado por décadas tantos objetos atados a tantos recuerdos. Y aquel olor. Abrirlo era dejarme envolver por el limpio aroma a lencería inmaculada y rigurosamente doblada. Aroma a olvido que provenía de los porta sombreros coloridos que flanqueaban cual guardianes el último tramo, a donde yo soñaba con llegar aunque fuese con la punta de mis dedos. También el perfume melancólico de las pocas cosas del abuelo que ella conservaba con tanta delicadeza y respeto. Y su costurero, ese sí más a la mano, porque con él zurcía roturas de tejidos y de almas.

Tu ropero, abuela. De donde te pedía que sacaras tu frasco grande, con tapa redonda y negra, de colonia Jean Naté. Me gustaba tener aunque fuese un poquito de tu propio olor, ese que se mezclaba tan dulcemente con tu toque de maquillaje, tus vestidos, blusas, faldas y pantalones, y el vaivén de tu collar largo de perlas. Ese que desprendías y regalabas al aire mientras descendías muy afanada las escaleras, y la luz gentil de las tardes entraba por aquellas inmensas ventanas para dar directo en tu pelo y hacer destellar tus cabellos de plata, que hoy son de algodón.

Tu ropero, María. Ese acorazado que me intrigaba tanto, y del que salían historias y leyendas a borbotones. Cuéntame la vida de tus cosas otra vez. Deja que me llene de niñez.


{Notas de la bloguera}

Mi mamá desencadenó este post sin proponérselo al compartir conmigo hace días una canción que representa mucho para mí, y que me trasladó feliz y nostálgicamente a los días más felices del mundo: los de mi infancia en Caracas, escuchando a la hora de la siesta a Cri Cri, y su Ropero. Veo difícil que un niño de hoy viva la inocencia en los mismos términos que yo tuve el privilegio de hacerlo en los años 80. Eso hace que atesore más intensamente mi fabulosa niñez, y que la traiga a mi consciente con placer y con frecuencia, porque es parte fundamental de mi vida y de mi plenitud.


4 comentarios:

  1. Es una gran suerte y un gran tesoro haber tenido una infancia feliz, influye toda la vida en uno, si ha sido infeliz también, pero negativamente claro.
    Besos y salud

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  2. Así es, Genín. Esos pocos años nos definen para el resto de la vida. Mi mundo alrededor no fue perfecto (cuándo lo es?) pero yo fui una niña muy feliz. Un gran abrazo para ti!

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  3. Hola Vero. Logras una atmosfera exquisita en este relato, cai que pude oler, tocar, sentir la luz, y oler la colonia Jean Nate que mi mama tambien usaba a veces. Muy bella tu poetica del armario, o ropero. Te felicito! Esas infancias de Caracas, inolvidables, la mia un poco antes que la tuya jajaja, pero igualmente entranable. Un gran abrazo! (disculpa la falta de en~es y acentos)

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  4. Sí, Leo! Esas infancias caraqueñas entrañables como tú dices nos hacen expresarnos con el alma. Adoro que me visites! Un abrazote.

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