Algo bueno tiene que sacarse de los recorridos por Caracas en horas pico, y más si se va en metro. Si esto no es lo habitual, ni está uno sentenciado a la cadena perpetua de tener que depender del transporte público en mi urbe, entonces es más fácil que el buen humor persista y sea divertido tomar el papel de observador, cual turista que tiene la frescura de encontrar algún atractivo donde los lugareños ven sólo rutina.
Tenía que hacer una diligencia. Vi mi reloj y, a pesar de que casi eran las 12:00 m., fui valiente y decidí tomar el metro. Una vez superada la prueba de abordar (luego de dos intentos frustrados) el tren, me puse en marcha. Después, guardando los modales del caso (el glamour ante todo), empecé a escuchar y a observar alrededor. Advertí entonces varios personajes y se los quiero presentar:
El dormido: generalmente es de los que tuvo el privilegio de ir sentado. Su cuello baila al son del vaivén del tren y tiene un sensor que le hace saltar cual resorte al llegar a la estación deseada. ¿Que cómo lo logra? No sé.
El politólogo: nunca falta quien escoge el hacinamiento y desbarajuste como escenario para la reflexión, a toda voz, sobre las fallas en las políticas públicas “que hacen padecer a la población”. Denuncia, critica y se enfurece. Pero a llegar a su estación de destino seguro se baja bien liviano luego de haber hecho terapia.
El trasnochado: el que bosteza a dos por locha, con la boca bien abierta. Casi siempre me toca uno enfrente. Un oso polar lo haría con más clase. Yo, parto por bajar la mirada porque eso me da pena ajena.
El zombi: no parpadea, no sabe qué pasa a su alrededor, no sabe cuánta gente hay, sólo sabe que sube en una estación y baja en otra... que sube en una estación y baja en otra… que sube en una estación y baja en otra.
El resignado: el que es consciente del despelote, lo observa impávido, diciéndose a sí mismo: “Qué se hace. Esto es lo que hay”. Acto seguido, suelta un suspiro.
El cantante: sea por alegría, o bien porque su ego le insiste en que tiene talento, comienza a cantar. Sí, a cantar, como si estuviese íngrimo y solo. Con ese público cautivo ¡cómo desperdiciar la oportunidad!
El loquito: “Tooodo bien, Dios en movimiento. La cirugía plástica se revierte y aparecen huecos que exponen la osamenta. No sé qué pasa ahora que cuando la gente oye un pedo se desfarata”.
El apurado: así vea a tope el vagón, empuja y se mete “a lo macho” justo antes de cerrarse las puertas. Seguro que nadie como él tiene cosas tan urgentes que hacer y hay que darse prisa.
El narciso: no son suficientes todas las estaciones que debe recorrer para dejar de mirarse en el reflejo del vidrio de la ventana. Siempre habrá un ángulo de su rostro que antes no se haya visto, o un rizo de su cabello que haya que domar.
9 personajes, 9 descripciones y 9 mil millones de gracias por haber sido tan nobles al leer este largo post hasta el final. Me repito siempre que la idea es escribir pocas líneas, pero no sé qué me pasa últimamente. Hoy mi memoria visual empezó a disparar a toda velocidad y no podía dejar de documentar este material para la posteridad.
Nuestro comportamiento en el metro ha ido desmejorando a través del tiempo. Todos esos personajes siempre han existido, pero cada día van en aumento. Esto me lleva a pensar que los motivos podrían ser: exceso de habitantes en la ciudad, falta de supervisión por parte de la administración del servicio, pero, lo de mayor relevancia es la pérdida de valores, de respeto, de sensibilidad hacia las otras personas. ¡¡¡ Qué hermoso sería volver a la actitud !!!
ResponderEliminarQue sabia tu reflexión mami hermosa.
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