noviembre 03, 2012

Corazón omañero

Aquí sigo. Me retomo. Éstos son días en los que la palabra familia acapara mis pensamientos y mis recuerdos. Siento un agradecimiento insondable que me conmueve hasta muy adentro, y que hace que no pueda apartar de mis labios la oración con la que elevo a Él mi gratitud al haberme hecho pertenecer a dos familias tan maravillosas.

Inevitablemente, como suele sucederme en momentos de trastoque y de reflexión -como los que he vivido esta última semana- me retrotraigo a la Verónica niña, porque ella siempre me da respuestas y me muestra de dónde vengo y hacia dónde voy. Una pequeña, de las menores de una veintena de primos, que creció feliz entre adultos y que desarrolló una escucha curiosa y atenta gracias a esas larguísimas conversaciones que a los Omaña nos encanta sostener. Allí, muy calladita, apreciaba el ejemplo y era testigo de aquel elocuente ejercicio de la palabra.

Discusiones profundas. Pocas veces banales, porque así es el corazón Omaña. Abrazos sentidos. Amor fluyendo a borbotones. Lazos irrompibles. Mutua protección. Humildad en el alma. Sencillez en la mirada. Pureza de sentimientos. Fe como faro en el camino.

Yo me iba a la cama todas las noches con el precoz sentimiento de admiración hacia todos a mi alrededor. Y aunque poco comprendía de sus apasionadas discusiones, sí puedo describir la energía tan vibrante que despedían sus almas, así como el respeto por las opiniones del otro. Se celebraba, se reía, se lloraba y nos apoyábamos en familia, y yo era bendecida al crecer entre ellos. Esa experiencia me ha mantenido para siempre unida -mucho más allá de la sangre y de las diferencias- con mi gente.

La vida evolucionó. Cada quien ha ido tras sus sueños. Son ahora muchos menos los encuentros donde casi no hay espacio para que toda la Omañera se reúna. Pero hay una historia irrenunciable que nos sigue los pasos. Que para todos es fortaleza y fundamento. Que palpita hoy muy fuerte porque resurge y nos recuerda que somos una roca que, aunque se golpee o caiga desde muy alto, es difícil de quebrar.

Siento que haber emprendido un proyecto de vida en el extranjero -buscando la vida que deseo para el ahora y el mañana- sólo pude hacerlo porque aprendí temprano que para volar alto hay que tener valor, fidelidad a uno mismo y pasión, incluso si eso implicaba poner miles de kilómetros de por medio que me distanciaran de mi familia. Separación sólo física, porque de alma me siento más cerca que nunca. Ustedes son mi zona de certezas, sosiego y sabiduría.

Un reto hermoso se me presenta. Cuando Javi y yo decidamos que la familia deba crecer, sólo pido a Dios que me ilumine todos los días para que pueda transmitir a mis hijos aunque sea parte de ese poderoso y gran legado que yo recibí y sigo recibiendo. Que mi inmensa fortuna sea también la de ellos.

Prolonguemos esa herencia por generaciones y generaciones más. Crezcamos en las adversidades, como la que atravesamos en este momento. Que siga vivo el espíritu de unión que nos ha hecho y seguirá haciendo especiales.

Aquí, para ustedes, cuando sea y como sea.


4 comentarios:

  1. Veronica
    Como siempre, tu prosa clara y serena, casi balsamica, en el homenaje a tu familia, a la familia. Conmovedor tu escrito.
    Un abrazo

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  2. Gracias Leonor. Como siempre, tan gentil con tus comentarios. Un abrazo!

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  3. Vero amada:
    Le doy gracias a Dios porque en un momento de mi vida me acercó al regazo de la Omañera. Son ejemplo de montones de sentimientos fraternos y valores incondicionales eternos, que a todos nos marcó y dejó huella ...
    Te quiero mucho!!!
    ADELANTE!!!

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  4. Yo también te quiero mamita de mi alma!

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