"Sailing by the Shore" de Leonid Afremov. |
Velero que jamás se aleja, como dice un poeta. En la quietud del mar, o en su furia, él sigue ahí. Tiene miedo a la soledad, abrazó a una mujer y la hizo su ancla. Un descuido sostenido le hizo olvidar que su fuego crispaba muy dentro de su cuerpo, cubierto de la investidura de una suave musa. El corazón de ella ya no sabe qué hacer. Quiere mudarse. Quiere permanecer. Pero él ahí, siempre ahí.
Ella, sentada en la orilla y envuelta por la luz del atardecer, siente cómo el viento tibio le eleva su cabellera y la enreda, y alza sus pensamientos y sentimientos. Los emancipa, los teje en el aire, hace espirales de ilusiones que vuelan de prisa para escapar a tantos miedos y sinsabores. Serpentean entre el vuelo de las gaviotas y suben y suben sin querer descender. Desde arriba, la miran a ella aún en su orilla, tendida entre la arena y el último aliento de las olas. Ven cómo abre sus ojos húmedos, y contempla su velero fiel. Que siempre está ahí.
Se cuestiona, se interpela, se culpa, se vuelve loca. Llora. Por qué querer huir de tanta constancia. Por qué de pronto tanta necesidad de riesgo. Y se responde, porque conoce bien todos los porqués y sabe qué hacer. El temor la ronda y la aturde, pero la inmensidad del mar la invita y la enajena. Se siente seducida por la libertad de sus olas, la fuerza que hay en sus entrañas, su espíritu bravío y majestuoso. Su misterio.
Y ella mira su velero, que la observa ahora taciturno y con ojos dolidos. Presiente lo peor, pero sigue igual ahí. Siempre ahí.